Alejandro Beltrán: fe, vocación y servicio
Como portavoz de la Parroquia Universitaria San Juan Bosco, Alejandro Beltrán Garza invita al diálogo, escucha y comprensión.
Torres de libros, papeles, y piezas religiosas reposan en la oficina de Alejandro Beltrán Garza. Lugar que por generaciones ha acogido a quienes llevan preguntas, pesares y alegrías. Estudiantes, profesionistas, creyentes, no creyentes, foráneos y locales estiman a Alejandro, que desde hace un año y medio trabaja en la Parroquia Universitaria San Juan Bosco, ubicada a una cuadra del Tecnológico de Monterrey.
Regio de nacimiento y con un padre veracruzano. Es el tercero de cuatro hermanos. Abrazó la fe de pequeño. Desde que tiene memoria, su familia es católica de misa dominical. Ahora tiene cuarenta años. Once los ha dedicado a su vocación. Todo indica que invariablemente supo adónde apuntaba su futuro. Sin embargo, hubo dudas y cambios de dirección en el trayecto.
“Sentía el llamado pero lo negaba”, responde Alejandro a la pregunta de si alguna vez se imaginó cuál sería su vocación. Cuenta que en preparatoria las matemáticas lo cautivaron. Descartaba el pensamiento recurrente de ser sacerdote.
Se decidió por entrar a la universidad a estudiar Ingeniería Química Administrativa por un año. No le satisfizo.
“No me llenaba, y quería más química, entonces me cambié a Ingeniería Química de Sistemas Ambientales, y tampoco me llenaba, ya quería irme a la Química pura”, comenta.
La perplejidad, la pena y el miedo detenían a Alejandro. No compartió su inquietud con nadie. “Ese fue mi gran error”, reconoce. Haberle hecho frente al proceso de discernimiento fue una batalla que venció en silencio. No obstante, en medio de ese solitario mar de dudas, se percató de que la respuesta era bastante clara.
“Eso significó tomar la decisión”, platica. En noviembre del 2000 buscó a su párroco en la misma oficina en donde se lleva a cabo esta entrevista. El cura lo alentó a decirle a sus padres y hermanos.
“Tardé como dos semanas en buscar a mis papás y decirles”, añade Alejandro. Buscar a sus hermanos también le llevó siglos. Cuando habló con sus padres, fue una sorpresa para ellos. Pues había dejado atrás carreras de cuatro años para entrar a una de diez.
“Su pregunta fue que si no quería estudiar”, recuerda con humor.
Los tres hermanos también se alegraron y lo felicitaron a su manera. La familia compartió mil emociones con la noticia. Alejandro comprendió el entusiasmo de sus seres queridos con su decisión; con su respuesta al llamado.
EL CAMINO HACIA EL MINISTERIO
El paso siguiente, antes de entrar al seminario, fue el proceso vocacional que abarcó dos cosas: un acompañamiento personal con un clérigo y un acompañamiento grupal con otros jóvenes interesados.
“La parte que más me gustó fue la grupal”, reafirma. Ahí su experiencia se tradujo en compartir. Perteneció a un espacio de diálogo en el cual se intercambiaban experiencias, preguntas y sentimientos en torno a la fe.
“Sentía más empatía porque platicabas lo que otros estaban sintiendo también”.
Alejandro explica que quienes desean ingresar al seminario tienen que hacer una carta. Y al igual que ellos, en su momento presentó el escrito en el que solicitaba formalmente su admisión. Después de eso, “el equipo formador de seminarios se reúne y ve las solicitudes”, detalla.
El padre estudió nueve años e hizo uno más de servicio. Aclara que el primero se compone de un diplomado en humanidades. “Sirve para emparejar a todos”, describe el cura.
Desde luego, en el seminario su período predilecto fue la teología. Sin embargo revela que los tres años de estudios filosóficos supusieron un verdadero reto para el exestudiante de ciencias e ingeniería.
“De repente, pasar a estudiar filosofía era una cosa que no me cabía en la cabeza”.
Pasó de haber llevado apenas una materia de filosofía en la prepa a salir del seminario como licenciado en filosofía y licenciado en teología. Luego hizo tres años de estudio en Roma. Como sacerdote, numerosas experiencias le han dado color a su vida.
“Yo creo que la parte más importante de la cuestión del celibato es que las veinticuatro horas estás en servicio”.
Al ser sacerdote joven, siempre le encomendaron trabajar con jóvenes. “Todos mis trabajos siempre han sido en esa área”, cuenta. Cuando regresó de Italia, el Obispo le encargó la Pastoral Universitaria. En la Parroquia San Juan Bosco es responsable de las personas de la tercera edad y de los jóvenes.
MUNDO Y FE
Continúa la entrevista. El canto de las campanas armoniza el discurso de Alejandro. Por su parte, pronunciando una plática solemne, él reflexiona sobre la coexistencia de la vida cristiana con la cultura popular, la sociedad presente y los ideales contemporáneos.
Con una convicción que sólo puede manifestarse desde la mansedumbre, razona: “La fe debe hacerte íntegro. Tus esperanzas, tu realidad, tus sueños, tu proyecto de vida, tu crítica y compromiso social tienen que ir juntos”.
Alejandro ilustra: “La fe católica, que es Cristo encarnado, es la fe que no te saca del mundo para vivir como un espiritualoide”. Pone el ejemplo de Jesús, quien caminó en el mundo dentro de la cultura de su tiempo.
“Ir al antro, ir a un bar, tomar una cerveza. Es parte de estar aquí” dice. Enfatiza en la importancia de no satanizar todas las cosas. Sin embargo, advierte que es preciso ser cuidadosos y poner un alto ante lo que nos daña o desvirtúa.
“En un punto tenemos que decir: esto no me conviene. No me conviene como persona, ni espiritualmente, ni psicológicamente. Si tenemos reclamos sociales hay que comenzar poniendo un alto. No somos angelizados, sino que estamos encarnados”.
LA IGLESIA Y LA UNIVERSIDAD
Por lo que se refiere a la respuesta de las universidades hacia la Iglesia católica, el Pbro. de San Juan Bosco refiere que hay pensadores que sugieren que las universidades se han politizado y convertido en empresas.
“Han renunciado a la educación íntegra por ir hacia las tendencias”.
De acuerdo con Alejandro, las universidades evaden la crítica y presión social aun cuando estén convencidas de ciertos valores y principios. En consecuencia, judíos, católicos, o cualquier persona con una fe “conservadora”, se ven orillados a manejarse con precaución.
Dentro del mismo plano, el padre esclarece el concepto de libertad de cátedra. Recalca el desacierto que ejecuta un profesor que, sin ser especialista en el área correspondiente, censura a la Iglesia bajo el argumento de que es libertad de cátedra.
“Si vas a enseñar sociología, por ejemplo, puedes enseñar el tema de las religiones, mas no atacarlas”.
En otro orden de cosas, Alejandro diferencia la laicidad del laicismo. Siendo la primera una forma de convivencia respetuosa entre las autonomías de la Iglesia con el Estado y la educación. Mientras que “el laicismo ataca a las religiones”, puntualiza.
Partiendo de la premisa de que el ateísmo es también un sistema religioso puesto que sostiene sus principios y la enseñanza de que Dios no existe, El padre medita que en el momento en que un maestro promueve el ateísmo, no está siendo laico.
“Muchos ven a las religiones como una opresión, pero cada quien habla desde su ignorancia”, puntualiza.
A menudo los medios de comunicación pecan de encuadrar tan solo un fragmento del discurso. Alejandro cuenta que el periódico El Norte, uno de los principales diarios de la ciudad de Monterrey, lo ha llegado a citar sin tocar el punto medular de lo que estaba hablando durante la homilía.
“Por publicar algo rápido, publican algo de lo que dijiste pero sin tocar el tema. Y al momento de compartir algo que alguien dijo, fuera de contexto no se entiende nada”.
El cura dirige la vista al pasado. Recuerda la misa de una víctima de feminicidio. “Les dije que no perdieran la paz”, narra. ¿Cuál fue el resultado? El feroz periódico lanzó una nota que desfiguraba el verdadero mensaje cristiano.
Un sacerdote católico digiere con frecuencia preguntas de pescadores de incongruencias. Alejandro platica con relajado ingenio que primero le preguntan qué es lo que opina la Iglesia sobre determinado tema para después rematar preguntando qué opina él, con el fin de contraponer su opinión personal con la fe de la Iglesia.
“Como si yo por el hecho de ser sacerdote fuera impecable”, reconoce.
Alejandro tiene algo claro: los diferentes puntos de vista no tienen porqué ser opuestos. Las respuestas a preguntas complejas iluminan nuestra condición de humanos, nuestra condición de vulnerabilidad.
“Todos tenemos las mismas inquietudes con aproximaciones distintas”, expresa.
La antiquísima Iglesia católica, cuerpo constituido por millones de personas alrededor del mundo, ha estado presente por dos mil años. El padre, tras elaborar una pequeña pausa, precisa con convicción que la Iglesia siempre está presente en su momento histórico, antropológico y científico. Termina su idea evidenciando:
“Juzgar el pasado con criterios del presente es una injusticia intelectual impresionante”.
Como toda vocación, el sacerdocio comprende desafíos. Para Alejandro es dura la tarea de asistir a tanta gente que necesita afrontar su realidad. Platica que las personas anhelan esperanza y consuelo. Con desánimo reconoce que las injusticias hieren al mundo. Admite que es la parte más compleja, pero también la más satisfactoria. Pues es donde está su verdadera misión.
“Nuestra fe no nos vuelve ingenuos ni que tengamos los ojos tapados. Ayudar al duelo, ayudar a consolar, es la parte más profunda porque es tocar el alma de la persona, reflexiona”.
SAN JUAN BOSCO, UNA COMUNIDAD UNIVERSITARIA
Los lunes al mediodía, cientos de jóvenes universitarios asisten al Comedor Santa Martha. Mientras que los miércoles por la noche la parroquia ofrece chili dogs para cenar. Gracias a los sacerdotes, los jóvenes y a las señoras que preparan de comer gratuitamente, estos encuentros originan lazos de amistad, unión y fraternidad.
Además de ser el segundo hogar de cientos de jóvenes estudiantes, la parroquia universitaria representa un lugar de encuentro. Hoy en día, académicamente no hay tiempo para socializar. San Juan Bosco impulsa a conocerse unos a otros. “A mi parecer ha provocado mucho diálogo”, observa Alejandro.
El párroco cuenta que entabló una conversación con el departamento de bienestar de la Universidad de Monterrey (UDEM). Ahí comentaba que en una sociedad como la nuestra, que padece los sinsabores del estrés, soledad y depresión, espacios como los que abre San Juan Bosco realmente aportan valor.
“Estos espacios hacen que rompamos barreras, que nos veamos a la cara, que aunque tengamos opiniones distintas podamos dialogar, entendernos y buscar empatía”.
Participan personas con diferentes culturas, costumbres y nacionalidades. La pluralidad es enorme. Hay creyentes, agnósticos y ateos. Todos son bienvenidos.
“Eso aporta San Juan Bosco, si bien no una fe compartida, creo que sí aporta en el sentido amplio una experiencia espiritual. Que las personas reflexionen que hay cosas que se nos dan gratis en la vida”, dice Alejandro.
REFLEXIÓN FINAL
El padre Beltrán comparte la idea de que el mundo está harto de la polarización. Comenta que la juventud desempeña un papel crucial, pues tiene “una energía tremenda de justicia”. Lo que explica el surgimiento de los movimientos sociales que vemos hoy en día.
“Yo creo que urge una necesidad de comprensión, de escucha y de diálogo para poder entender cómo piensa el otro”.
Comenta que es una lástima que en México continúe la confusión en cuanto a lo que es ser laico con el laicismo. Invita a practicar el diálogo. Los radicalismos extinguen el fuego de nuestra inherente espiritualidad humana. “Todo el mundo quiere a Dios, todo el mundo está buscando a Dios”, expresa el Pbro. Alejandro Beltrán Garza, sacerdote católico en la Parroquia Universitaria San Juan Bosco.